Tras la dura y espectacular etapa de Hospitales y la inolvidable velada con David y Javi duermo casi del tirón, por primera vez en estos cinco días. A las 7.00 nos levantamos y tomamos un buen desayuno de tostadas con tomate y aceite con café. Poco antes de las 8.00, con las primeras luces del amanecer salgo del albergue para afrontar el último tramo de mi Camino: los 10 kilómetros que hay hasta la presa de Grandas de Salime.

Como no, nada más salir afronto una subida de 150 metros de desnivel en algo más de 2km. Perfecto para desentumecer los músculos y sacudirme el fresco de la mañana. La carretera me asciende hasta rodear unos molinos de viento y pronto inicio un descenso hacia la pequeña aldea de Buspol.

Aerogeneradores de Buspol.
Tras el paso junto a los aerogeneradores comienza un descenso en el que damos vistas al valle de Grandas de Salime.

Dejo la carretera y, cuando paso entre dos casas de la aldea, encuentro, dándome la espalda, un enorme mastín que me da la espalda a unos cuatro o cinco metros de distancia. Parece distraído por algo y decido hacer algo de ruido para avisarle de que estoy pasando por su territorio y no se lleve sorpresas. Golpeo el suelo con el bastón y se da la vuelta en el acto. Tiene entre las mandíbulas un cachorro de mastín color marrón que parece un peluche. Lo suelta y la cría se lanza hacia mis piernas juguetona. La mastín se me acerca de forma amistosa y siento un gran alivio.

Continuo por el camino pero el cachorro me sigue chocando con mis piernas mientras la madre intenta sin éxito agarrarla con la boca para apartarla de mí. Vamos dando tumbos hasta que veo una angarilla al final del pueblo. Perfecto: cruzaré la angarilla y la cerraré detrás de mí para que el cachorro no pueda seguirme. Lo hago, saco el móvil para hacerle una foto a la cría y a su madre pero pasa lo peor: el cachorro se cuela entre la rejilla de la verja y se lanza a por mí muy feliz. La madre se desespera porque no puede atravesar la angarilla y sale a toda velocidad hacia atrás, rodea una casa, salta un murito y la tengo en un minuto empujando con torpeza a la cría para que me deje en paz.

No sé qué hacer. No quiero que me sigan por si la cría se pierde pero la madre por fin hace algo bien: agarra con firmeza al cachorro con su mandíbula y se la lleva de vuelta al pueblo saltando de nuevo el murito.

Aprovecho para acelerar no vaya a ser que el cachorro consiga zafarse de su madre y enfilo hacia el fondo del valle donde se asienta el embalse de Grandas de Salime.

Al rato de dejar atrás Buspol me adelantan los dos madrileños de Sevilla la Nueva. Nos despedidos con un gran abrazo. Serán los únicos peregrinos que veré en este día. Un regalo porque la bajada hasta la presa se disfruta mucho en soledad.

La interminable bajada con la niebla cubriendo la lámina del embalse.
El sendero sumergiéndose entre la niebla. Encontré muchas telas de araña cubiertas del rocío.

El valle está cubierto por la niebla allá abajo. El descenso tengo entendido que es el más pronunciado del Camino Primitivo. Lo hago sin prisa, es mi último día y quiero disfrutar todo lo que pueda. El carril me va acercando a la niebla. Cuando la neblina me cubre justo coincide con la entrada en un bosque de castaños (el último). Me sumerjo en este entorno húmedo y boscoso disfrutando al máximo. La senda baja con amplias lazadas y, cuando ya queda poco para llegar a la carretera que conduce a la presa, la niebla se levanta y salgo del bosque.

El paseo por este bosque fantasmagórico fue el broche de oro de este Camino Primitivo asturiano.
Cerca del final del bosque la niebla desaparece.
Salida del bosque junto a la carretera que conduce a la presa.

Tomo hacia la izquierda durante unos minutos hasta que veo al otro lado de la carretera una enorme roca con una puerta: es el mirador de la presa. Entro y me encuentro con mi hermano que me espera. Nos damos un abrazo y es en ese momento en que decido terminar el Camino Primitivo justo en este punto. Disfrutamos de las vistas un buen rato, cruzamos la presa y, ahora sí, me monto en el coche. Dejo de ser peregrino y me convierto en un simple turista.

Mirador de la presa donde terminó mi peregrinaje.

EPÍLOGO

Soy afortunado de haber recibido tanto del Camino Primitivo en el poco tiempo que lo he transitado. He comprobado que el tramo asturiano de este itinerario jacobeo te lleva en muchos momentos al límite del esfuerzo físico. También he comprobado cómo ese sufrimiento se ve recompensado de forma casi continua por unos paisajes rurales y naturales que no tienen precio. Y por toda la gente, hospitaleros, camareros, paisanos, peregrinos, con los que he tratado estos días.

He disfrutado y mucho de la soledad. De hecho, he caminado sólo casi todo el tiempo. Con lo que me he perdido, si exceptúo el día de Hospitales y la velada con David y Javi, parte de lo bonito que es conocer a más peregrinos. Pero creo que en este Camino la soledad, sumada a la belleza y dureza del paisaje, me han ayudado a vivir con una enorme intensidad el Camino Primitivo.

Ahora han pasado unos días. Estoy sumergido en la vorágine de la vida real. O, mejor dicho, estoy inmerso en la vida artificial deseando volver a la vida real del Camino. El año que viene me espera el Apostal en Santiago.

Puedes leer las anteriores etapas aquí:

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