ETAPA 2 CORNELLANA-BODENAYA 20KM:
Comienzo este segundo día del Camino Primitivo tras pasar la noche en el monasterio de San Salvador de Cornellana. A las 7.00 de la mañana desayuno en el bar Casino. La camarera, muy amable, me sirve un café doble con un bocadillo de tortilla y chorizo: los desayunos en el Camino son contundentes.
Con la primera luz del día enfilo de nuevo hacia el monasterio, el Camino lo rodea y pasa por una carretera secundaria que, como no en ascenso, me hace remontar el valle durante la primera media hora. Atravieso la aldea de Sobrerriba y estoy atento a una flecha que me sumerge en un bosque de cuento. Justo está amaneciendo y es la hora mágica del día, hasta que el karma es roto por un trialero que aprovecha que es domingo para salir temprano. Le dejo pasar y sigo caminando por la senda boscosa en ascenso.
Llevo unos veinte minutos o menos caminando por el bosque y, llegados a un punto, en el que la senda parece que atraviesa un túnel de follaje, el camino empieza a llanear y a descender suavemente dentro de un castañar espectacular. Este tramo es de ensueño, sólo se oyen los ruidos de las castañas que caen de los árboles y el siseo de las hojas bajando que anuncian el otoño. A mi derecha intuyo entre los árboles el valle del Nonaya. Tras una media hora de paseo desemboco en una cantera de áridos. Posteriormente, paso por la aldea de Llamas, en cuya entrada hay una máquina de vending con café, agua y refrescos.
Este tramo trascurre a partir de ahora por la vega del río Nonaya, muy bonita, con suaves ascensos y descensos e, incluso, una larga recta totalmente llana, algo casi inédito en el Camino Primitivo. Tras esta recta, junto a la aldea de Quintana, y tras haber andado unos 7 kilómetros, hago un descanso en la fuente de Santiago, de agua fresca y donde hay unos bancos. Un poco más adelante hay otra fuente similar. Tras la segunda fuente dejo el carril por un sendero que cruza el puente de Casazorrina y atravieso la aldea que lleva el mismo nombre. Hasta este momento he estado completamente sólo (no cuento al trialero).
En Casazorrina encuentro a un hombre mayor de esos que se entretiene charlando con los peregrinos que pasamos por la aldea. Soy el primero del día y me habla del tiempo y de que hay un albergue en Casazorrina donde puedo tomar café. Me despido y continúo cruzando la bonita zona de La Devesa donde hay bosques y verdes prados en los que pacen las vacas.
El Camino me hace atravesar la N-634, siempre con precaución aunque se hace por una amplia recta con buena visibilidad, y el sendero, flanqueado por robles y castaños, me hace entrar en unos minutos a Mallecín, otra aldea que casi conecta con Salas. Me siento al borde del Camino para tomar un descanso cuando un perro de gran tamaño de los que hay en estas aldeas me sale al paso para recordarme que es su territorio, así que continúo y enfilo hacia Salas. El Camino cruza el pueblo por la calle principal y, tras pasar bajo el arco que une el palacio de Valdés Salas con la torre medieval, decido sentarme en el bar La Campa.
Son las 11.00 de la mañana, he andado algo más de 12 km y me quedan 8 km, y un ascenso de más de 400 metros positivos, hasta el albergue de Bodenaya donde me quedaré a dormir. Mientras me tomo un café se me plantea un dilema: quedarme a comer en Casa Pachón, donde su menú del peregrino descomunal es famoso en las guías del Camino y webs como Gronze. Me apetece vivir la experiencia culinaria de Casa Pachón pero tengo dos problemas. El primero es que me quedan dos horas para poder comer. El segundo es que el menú tiene “trampa”: tras tomar tres primeros, tres segundos, postre y café por 10 euros debo hacer la subida hasta Bodenaya, un ascenso de más de 400 metros positivos. La indigestión está casi garantizada. En el Camino se come más en la cena que en el almuerzo.
Decido continuar. Tengo unos bollos preñados que compré en Cornellana y comeré más adelante cerca de la cascada del Nonaya. Enfilo a mediodía la calle Ondinas que me lleva directamente a la salida del pueblo y me introduce a través de un carril en otro de esos bosques de ensueño que tiene este Camino. El ascenso, que al principio es muy ligero, se va endureciendo hasta llegar a la bifurcación señalizada donde se marca el camino a la cascada del Nonaya. Me acerco a este paraje, que es espectacular. Vale la pena el desvío, apenas son 5 minutos. Encuentro en este punto a tres peregrinos, dos chicas y un chico, de Ucrania. Han comenzado el Camino en Salas y van a un ritmo muy tranquilo. Tienen un aire hippie y entre los tres se turnan para llevar una garrafa de cinco litros lleno de un sospechoso líquido transparente con hojas verdes y amarillas que floten en él.
Vuelvo al Camino y afronto la parte más dura del día: la pendiente se acentúa y tras varias lazadas que hace el sendero me planto en la N-634. Para mí este es el tramo más peligroso de los cinco días de Camino: debo caminar durante unos 500 metros por el inexistente arcén de esta Nacional que tiene varias curvas. Lo hago casi a paso ligero hasta poder salirme por la izquierda hacia un carril por el que el Camino me lleva de nuevo en ascenso hacia la meseta donde se asienta Bodenaya. Antes de llegar me quedan un par de kilómetros cuesta arriba hasta que, pasada la aldea de Porciles, comienza un llaneo y descenso que me acerca a Bodenaya.
El albergue de Bodenaya es el paradigma de la auténtica hospitalidad jacobea. Ya quedan muy pocos lugares como este donde se trata al peregrino como a un hermano. David Carricondo es el hospitalero que, siguiendo la estela de Alex González, mantiene ese espíritu puro de acogida alejado del concepto hostelero de hacer pasta a costa del peregrino (ojo, que es legítimo, pero prefiero el espíritu de Bodenaya y David).
Así que, poco después de las tres de la tarde, llamo a la puerta del albergue y me abre David con una sonrisa de oreja a oreja. Detrás está mi hermano José Fernando, que lleva varios días de hospitalero “en prácticas” y una pareja de peregrinos de Murcia. Justo he llegado cuando estaban comiendo así que, directamente, me sientan en la mesa y me zampo un plato de carne en salsa con patatas.
David hace primar la calidad por encima de la cantidad y ha ido reduciendo el aforo del albergue de 21 camas a unas 8. Tras comer me asignan una habitación, me ducho, dejo la ropa sucia para que la laven y echamos la tarde charlando de lo humano y lo peregrino en la puerta del albergue. A media tarde llegan dos bicigrinos, un gallego y un mallorquín, totalmente sulfatados de haber subido la cuesta desde Salas tras haber comido el descomunal menú en Casa Pachón.
David prepara una cena de ensalada y lentejas riquísimas. Por mi parte, he traído medio kilo de zurrapa de lomo desde Marbella con la que untamos el pan para empujar las lentejas. Después unos chupitos y consensuamos entre todos que nos levantaremos a las 7.00 para desayunar juntos. Mediante este “truco de hospitalero viejo” David se garantiza que los peregrinos no anden molestándose entre sí desde las 5 o las 6 de la mañana. Igual que con la ropa limpia: la tendremos doblada y lista a primera hora de la mañana, para que salgamos sin prisa del albergue.
Tras la noche toledana en el monasterio del día anterior estoy agotado y duermo profundamente. Nos despiertan con música clásica y el olor del café y las tostadas. El desayuno comunitario alarga la charla hasta que, sobre las 8.45, salgo del albergue dándole un largo abrazo a David. Hay que decir que el albergue de Bodenaya es uno de los últimos, de todos los Caminos de Santiago, que es de donativo. La cuestión es: ¿Cuánto cuesta cenar, dormir, desayunar y que te laven la ropa? ¿Cuánto cuesta que te traten como un peregrino y como un hermano? ¿Cuánto dejarías tú? Yo lo que dejé estaba muy por encima de la media y muy por debajo de lo que vale la experiencia de compartir mesa con la familia que se forma en Bodenaya.