Introducción
El Parque Natural del Alto Tajo ocupa gran parte de las tierras del antiguo Señorío de Molina de Aragón. Es considerado uno de los lugares más fríos, inhóspitos y solitarios de España, ganándose el título de La Siberia del Sur por tener la mitad de densidad de habitantes por kilómetro cuadrado que el inmenso territorio ruso y por que en estas montañas se registran, de manera recurrente cada año, las temperaturas más frías de toda España.
Está situado entre el sureste de la provincia de Guadalajara y el nordeste de la de Cuenca, constituyendo un amplio sistema de hoces naturales en el curso alto del río Tajo y sus afluentes a su paso por estas provincias y de extensos bosques que ocupan una superficie de 105.721 hectareas más otras 68.824 ha de Zona Periférica de Protección, afectando a un total de 44 municipios.
Los valles en torno al río Tajo son llamativamente estrechos, con laderas que simulan cuchillos y agujas, convirtiendo a este desconocido paraje castellanomanchego en el refugio del 20% del total de especies de la flora ibérica.
Este post pretende acercar algunos de los parajes más espectaculares de estas sierras y, a la vez hacer una inmersión en el mundo serrano que aún sobrevive en diezmados pueblos que sobreviven con un ojo puesto en el turismo rural de temporada y el otro en los dineros que genera el agua mineral de Solán de Cabras y Aguas de Beteta. Además, mi suegro es de Peñalén (de donde se fue siendo pequeño aunque vuelve con frecuencia) y había que enseñar los orígenes a las nuevas generaciones.
El Tajo, los gancheros y Sampedro
Una de las personas que mejor entendió la vida y la ideosincracia de los serranos fue el escritor José Luís Sampedro, cuando en los años cincuenta recorrió durante varios veranos, con mochila y un mapa-papiro de 18 metros de largo, todo el entorno del Alto Tajo. Trató con los serranos y gancheros, a los que definió como «naturaleza en estado puro» y «los seres humanos más íntegros que he conocido».
En su libro El río que nos lleva Sampedro plasmó magistralmente el mundo rural del Alto Tajo en las primeras décadas del siglo XX. Su novela define a los gancheros como hombre rudos, abiertos y rotos por una vida hecha para sufrir y padecer.
Como señaló José Luís Sampedro, «el Tajo en estas tierras no es una suave corriente entre colinas, sino un río bravo que se ha labrado a la fuerza un desfiladero en la roca viva de la alta meseta. Sólo los gancheros se atreven a convivir con él, y aún así parece encabritarse para sacudirse los palos de sus lomos y enfurecerse más aún contra los pastores del bosque flotante…». Este oficio se extinguió en la década de los años cuarenta, aunque desde hace 15 años se celebra una Fiesta de los Gancheros entre los cinco pueblos relacionados con este oficio todos los veranos.
La documentación sobre estos párrafos los he sacado del excelente libro de Aurelio García López Peñalén y la Encomienda de la Orden de San Juan en el Alto Tajo, editorial aache.
REPORTAJE FOTOGRÁFICO:
Tras partir de Cuenca y recorrer unos ochenta kilómetros nos internamos por fin en la Hoz de Beteta por una carretera entre cortados labrados por el río Guadiela.
En el desfiladero apenas cabe el río y la carretera.
La Hoz de Beteta está recorrido por varios senderos cuyos puntos nodales son La Casa de Pradera y la fuente de los Tilos. Desde ambos sitios se puede recorrer este impresionante desfiladero. Nosotros lo hicimos, más adelante.
Tras una subida y cruzar el pueblo de Beteta, capital de la comarca, descendemos un par de kilómetros hasta la aldea de El Tobar donde hemos reservado la casa rural El Tobar, regentado por Socorro y Agustín, que también dan unas exquisitas comidas en el cercano Mesón Castilla.
La casa cuenta con varios apartamentos independientes con espacios comunes, pero como eramos los únicos nos dejaron la casa entera para nosotros sólos. Junto a la cocina una puerta conduce a un jardín presidido por un espectacular tilo, con mesas de piedra y una zona de barbacoa que tentaríamos al día siguiente.
Vistas de la casa desde el jardín.
Tras organizarnos en la casa cogemos los coches para acercarnos a la cercana Laguna Grande (estábamos cansados porque apenas se tarda unos veinte minutos andando). Esta es una masa de agua rodeada de cortados calizas que forma una especie de circo al final del valle. Espectacular.
Después de explorar los márgenes de la laguna toca volver a la casa. Mañana nos espera un duro dia.
Por la mañana temprano partimos hacia el nacimiento del río Cuervo, uno de los lugares más turísticos de estas sierras. Desde El Tobar-Beteta se tarda una media hora por una carretera en perfecto estado que de vez en cuando nos permite ganar vistas de este impresionante Parque Natural.
Tras dejar los coches en un amplio aparcamiento con merendero, empezamos a andar por un sendero entarimado que en un par de kilómetros nos dejará en el nacimiento del río Cuervo.
Vamos ascendiendo levemente por un precioso bosque de pino laricio. Nosotros pudimos subir el carrito de la niña hasta la mitad del camino.
Cascadas casi secas. No ha sido una buena primavera y se nota en este musgoso travertino.
El río de intenso color turquesa corre manso, formando bellas pozas junto al camino.
Cruzamos este llano rodeados de cortados, apenas quedan unos trescientos metros para ver esto:
Nacimiento del Cuervo. Fluye pero se nota la falta de lluvias desde hace semanas. Tras las fotos de rigor toca volver.
Nos encaminamos de nuevo al aparcamiento, en cuyo merenderos almorzamos a la sombra de una chopera que cruje al son del viento.
La siguiente etapa nos encamina hacia el Tajo. Sí, el río más largo de España. Que en estas tierras es un río de montaña de aguas turquesas que ha formado un impresionante cañón. Nosotros recorreremos ese cañón.
El punto de partida es el puente del Martinete sobre el Tajo. Tras cruzarlo, se puede apreciar un carril de tierra que sale a la izquierda. Ese será nuestra vía para recorrer el río Tajo durante unos 20 km a la sombra de inmensos paredones.
El Tajo ha perfilado un paisaje espectacular entre cortados y espesos bosques de pino laricio.
Existen un par de senderos gr que recorren el Alto Tajo y cuentan con diversas zonas de acampada, fuentes y refugios abiertos.
Cartelería del gr 113, que seguiremos hasta la laguna de Taravilla.
El carril en los primeros kilómetros esta en perfecto estado, aunque más adelante hay varios socavones y trincheras que requirieron toda la pericia de los conductores.
Vistas espectaculares del cañón.
El carril se acerca y aleja de las aguas turquesas del Tajo.
Tras más de media hora de baches y vistas que quitan el aliento llegamos a la laguna de Taravilla, donde descansamos un poco. El carril mejora a partir de este punto y, tras enlazar con el asfalto, nos desplazamos al cercano Salto de Poveda.
Tras cruzar el puente que cruza el Tajo recorremos un carril de tierra en buen estado, dejando atrás la Fuente del Berro y aparcando junto a las Casas del Salto. Tras andar unos diez minutos, encontramos el espectacular Salto de Poveda, generado artificialmente por la construcción de una presa que nunca se pudo poner en marcha, ya que el Tajo se filtró por las infinitas grietas y oquedades de la roca caliza. Igual que en Montejaque. No aprendemos.
Desde el mirador del Salto las vistas hablán por si solas. Aplicamos el zoom:
Los peñones se abren camino entre el tupido bosque de laricios.
Volvemos junto a los coches y, junto a las Casas del Salto cogemos un sendero precioso que nos desciendo durante un kilómetro hasta el río Tajo.
Llegamos a este puente colgante que cruza el río. Si siguiéramos de frente, en unos veinte minutos llegaríamos a la laguna de Taravilla.
En este tramo, el río ha formado una tranquila poza de agua turquesa, con playas de arenilla. Vaya, el lugar perfecto para bañarse si no fuera por el viento frío que sopla. Habrá que volver en verano.
Volvemos a los coches y regresamos hasta El Tobar, pasando por los pueblos de Poveda de la Sierra y Cueva de Hierro. Tras descansar un rato, toca recuperarse: y que mejor que hacer una barbacoa. Así que el suegro serrano lo dio todo y nos dimos un homenaje con entrecot, chuletas de cordero y otras viandas que impresionaron hasta a Socorro y Agustín (que deben estar acostumbrados a los festines serranos).
A la mañana siguiente echamos la mañana usando los lavaderos de El Tobar.
Y explorando rincones junto al río como este.
O este otro.
Después tocó recorrido por dos pueblos de esta sierra: Cueva de Hierro y Peñalén, cada uno con algunas docenas de habitantes. Cueva de Hierro debe su nombre a la mina situada cerca del pueblo que ha sido explotada desde la época de los romanos. Después nos desplazamos a Peñalén, en la foto.
Desde la Iglesia vemos el cañón del Tajo muy cerca.
Arcada junto a la fuente y el único bar del pueblo. También hay casa rural.
Tras volver para la comida y la siesta toca ocupar la tarde. Que mejor manera que subiendo al cercano castillo de Rochafrida. Así que tres valientes nos lanzamos hacia la parte alta del pueblo, dejando atrás la plaza de la Iglesia.
El sendero nos asciende por un bosque de cipreses y cedros que en unos veinte minutos nos lleva a:
las ruinas del castillo de Rochafrida, desde donde el noble de turno tenía dominado todo el valle.
Beteta y el valle a nuestros pies.
Mirando hacia El Tobar , en el centro de la foto, el valle se alarga hacia la Laguna Grande.
Zoom a El Tobar.
Asomado al vacío.
Volvemos a Beteta. Plaza principal y Ayuntamiento.
Soportales donde nos tomamos una cerveza antes de volver a la casa a descansar.
El tercer día comenzamos realizando una ruta corta de unos 4 kilómetros por la Hoz de Beteta, desde la fuente de los Tilos hasta la cueva de la Ramera.
Presa sobre el Guadiela.
El sendero discurre bajo los paredones de la Hoz con un denso bosque de pinos y de ribera.
En algunos tramos los tilos forman doseles verdosos por encima del sendero.
Pasarela junto a la conducción de agua.
Buitre limpiándose en los paredones que tenemos justo al otro lado del río.
Parece una ciudad de buitres.
Volvemos sobre nuestros pasos hasta la fuente de los Tilos que, la verdad, no lleva mucha agua.
Posteriormente regresamos a El Tobar, donde nos espera una comida de morteruelo, zarajos y otras exquisiteces preparadas por Socorro. Pasamos la tarde de descanso y preparando las maletas para el regreso del día siguiente. Han sido varios días inolvidables, inmersos en la Naturaleza y la vida serrana de estos pueblos.
En el regreso no podemos evitar parar en Cuenca, donde aprovechamos la mañana visitando algunos de sus lugares más emblemáticos. El Parador Nacional separado del resto de Cuenca por la Hoz del Júcar.
Las famosas casas colgadas de Cuenca.
Vistas de la ciudad desde el puente de la Hoz del Júcar.
Transitada plaza de la Iglesia. Con el Ave Cuenca es accesible desde Madrid en menos de una hora y se nota la marea de madrileños que visitan la ciudad los fines de semana.
Interior de la catedral de Cuenca.
Tras esta corta visita a la ciudad de Cuenca partimos para el sur, finalizando este apasionante viaje que nos ha permitido conocer los rincones más bellos que el Tajo ha tallado en estas sierras, sus pequeños y aislados pueblos y la espectacular ciudad de Cuenca.